169 aniversario nacimiento Padre Méndez

"Y dejándolo todo le siguieron" “De la misma suerte que hasta el día 30 de septiembre de 1868 no pensé en ser sacerdote sino ingeniero, y en aquel día –de repente - al ver que un amigo, que quería ser sacerdote se acobardó y me dijo que ya no lo iba a ser, sino que sería médico; sin saber por qué, sentí en mi corazón una voz especial. Y dejando las matemáticas, la física y la mecánica y los otros estudios, empecé la carrera sacerdotal. (Francisco Méndez, Carta de 1913)

La voz clara, inconfundible de Dios, traía consigo la decisión y la fuerza para llevarla a cabo. Nunca pasó por la mente del joven Francisco la más ligera duda acerca de este llamamiento, desbordante de luz y de seguridad. La claridad y fuerza de aquella vocación manifiesta el origen divino. Una vocación, al principio, es como una brasa pequeña, que cualquier soplo puede apagarla. Pero cuando crece, el viento fuerte del Espíritu la enciende más aún. Esto sucede en la vocación de Francisco, reconoce la soberanía de Dios sobre él al aceptar el cambio de ruta en su vida. Sabe que Dios se lo pide para ahora y para siempre. Le servirá como sacerdote durante toda su existencia, a El directamente y a El en los más necesitados. La consagración será total en todos los aspectos.

No perdería la Iglesia ningún sacerdote. El lugar del amigo lo llenará Francisco, seducido por el Señor. La generosidad de Francisco refleja la belleza de su juventud. EL FUEGO DEL APOSTOLADO El P. Méndez lucha por vivir la radicalidad del evangelio. A la par que su alma va descubriendo los inmensos tesoros de Cristo en los pobres, comienza a desvivirse por ellos, a ponerse en lugar de ellos para sacarlos de su miseria y pobreza.

La experiencia en su ministerio sacerdotal con las situaciones marginales en que se encuentran las jóvenes, le lleva a fundar una institución que lleve a cabo, junto con él, la acogida, atención y formación de todas aquellas jóvenes que necesitan de un hogar y una mano amiga que las ayude y proteja. Dios le mostró su rostro en las jóvenes y golfillos que pululaban por las calles de Madrid, saliéndoles al encuentro como el Buen Pastor. Sale de noche y de día, con lluvia o nieve a buscar a los que se cobijan bajo un banco, envueltos en periódicos, los arropa bajo su manteo hasta llevarlos a una casa que sea para ellos su hogar familiar. La fidelidad a la llamada de Dios marcó su vida y esa misma fidelidad le llevó a entregarse sin reserva fundando una OBRA que perpetuara su lema:

UNA PUERTA SIEMPRE ABIERTA