Ecos de un aniversario en Madrid

¡Qué difícil es situarme en la época en que  pisas  estas calles que yo hoy piso! Estando tan cerca del lugar físico que dejó huella imborrable en nuestra historia, se despierta en mí un curioso deseo. Si existiera una máquina que me permitiera viajar en el tiempo, me trasladaría años atrás... Me gustaría viajar al punto cero del kairós que cambió la dirección de mi vida mucho antes de yo nacer. Quiero estar allí, presente en acto, unas horas, al menos, para que este “hacer memoria” no se quede en la costumbre del recuerdo agradecido.

Divagando con la imaginación, entre idas y venidas, me pongo el abrigo y la bufanda y salgo a pasear por las legendarias calles de Madrid. Salgo a tu encuentro. En mi mente una idea fija: llegar hasta el 2 de febrero del 1885.Madrid está fresco en estos días. El termómetro marca cuatro grados, los mismos que el día que nos convoca. Pero merece la pena acercarse al Centro histórico. Bajando por Marqués de Urquijo, recorro la calle de Ferraz hasta llegar a Bailén. Contemplo la plaza de Oriente: esta parte quizás no ha cambiado tanto. Me adentro por la Calle de San Quintín y desemboco en la Plaza de la Encarnación.
Hay un banco en frente, de manera que puedo sentarme y contemplar el entorno sin que nadie se percate. El Real Monasterio y la Iglesia colindante me trasladan sin esfuerzo a un pasaje épico de la hermosa historia de Salvación que compartimos. Cierro los ojos y quiero sentir en mis huesos el frío de aquel Febrero inolvidable, y en mi corazón el calor de aquel fuego divino que encendía los vuestros. ¡Tanto calor debía haber dentro! Porque salir tan temprano en un día de tanto frío, sin más obligación que realizar un deseo del corazón, sólo podía empujarlo el Fuego del Amor. Con los ojos cerrados mi mente se distancia del presente inmediato, y vuela como un rayo siglo atrás... Un poco más, hasta quedarse quieta en el punto cero.

 Dos de Febrero de 1885.
 
En Madrid está nevando. Seis jóvenes, que caminan ligeras y seguras,se dirigen en silencio hacia la Iglesia de la Encarnación  donde parece que tienen una cita con el futuro. Van a dar las ocho. 

Una mañana de frío invernal, las calles están heladas pero ellas tienen encendidos sus corazones. Mariana, Eladia Ángeles, Mercedes, Carmen y María. Acuden a una llamada; inician una respuesta. Es el día primero. Estoy presente pero nadie se da cuenta, al menos eso me parece.Han entrado en la Iglesia. Una leve angustia por quedarme fuera me levanta de repente, y entro tras ellas con cierto pudor por cómo desentono, y con dolor por tantas interferencias, vicios o deformaciones propias de mi tiempo, o de mi debilidad personal.
Entro despacio y en silencio y me quedo a un lado. Ellas, tras hacer la genuflexión, se dirigen a un altar lateral. Allí las espera el Padre Méndez. Yo también me inclino ante el santísimo, como si formara parte física de este momento. Pero me quedo en la distancia, aunque sobrecogida y palpitando entera. Siento miedo a ser descubierta y, al mismo tiempo me parece que he sido invitada y todos saben de mi presencia.

Se disponen a celebrar la Acción de gracias y a pedir la fuerza que necesitan a quien las ha seducido y lanzado a semejante aventura. Solemne celebración que, por la sencillez e intimidad del encuentro, nadie diría que estaba destinada a ser la piedra angular de una gran casa. Vienen a mi memoria momentos de la Historia Sagrada donde todo comenzó con la misma sencillez e intimidad: Belén, el Cenáculo, un encuentro al amanecer en el jardín del sepulcro, una cena al atardecer en la Aldea de Emaús. Todos los comienzos divinos en la historia nuestra, sucedieron sin ruido, y fueron así de sencillos, cargados de intimidad y cercanía, de signos sagrados y de encuentro.

El padre Méndez proclama y comenta un texto del Evangelio que resume el programa de vida que tienen delante: Id... no temáis. En mi nombre lanzaréis demonios... Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia. El resto se os dará por añadidura” (Mt 28,19; 10,5; 6,31). Sus palabras evocan en mi corazón perenne actualidad: Desde ahora, este va a ser vuestro alimento: compartir la palabra y el pan de cada día, extender la oración y unir las gracias recibidas. Vuestro alimento se irá multiplicando en la medida que sea compartido con los más pobres. Este es el proyecto, motor de vuestra labor cotidiana: una casa de puertas abiertas donde se busca ante todo el Reino de Dios, donde se ofrece un “cielo anticipado” porque quien llame pidiendo misericordia la tendrá, un camino de justicia porque nadie debe pasar necesidad, un lugar sagrado porque el amor se ha de dar a todos con añadidura.

                                             

Después de escuchar la Palabra, rezan por las necesidades de todos los hombres y mujeres, y en especial por aquellas a quienes van a dedicar todos sus desvelos. Se confían al Señor que las ha elegido, y ponen en sus manos la obra que Él mismo les ha preparado: Comiendo del mismo pan y bebiendo del mismo cáliz, sellan para siempre, ante los ojos de Dios, una alianza perpetua. El silencio y la solemnidad, junto a la intimidad compartida, llenan el entorno de "Presencia Habitada". Salen transformadas.

A pesar de la sencillez, y de la temprana hora, parece que son muy conscientes de lo inmemorable del momento. Acaban de roturar barbecho para abrir un camino nuevo. Este Camino ha llegado hasta mis pies… ¡Qué sacudida de emoción me invade! Y rezo con lágrimas de alegría porque Dios es sencillo, porque hay almas buenas que se fían de él, porque de repente me doy cuenta que la verdad y el amor están por encima del tiempo y del espacio, y que los lugares físicos son imperecederos cuando albergan lo sagrado.
Por un momento me olvido de quien soy.Sólo instantes después, me invade de repente la “guerra invisible” que provoca no sé que extraño enemigo, justo cuando más habitada de Dios me siento. Y, como abandonada a mi propia carne, miles de preguntas se aglutinan en mi mente. Como sus contemporáneos yo también les cuestiono sobre tan tremenda osadía. Mido las fuerzas, los haberes y la materia que habitan. Pienso en las chicas que están esperando entrar, la urgencia de acogerlas pronto, los problemas que acarrean y los peligros que corren ... "Solo son seis ¿Qué pueden hacer? ¡No tienen medios!. Yo creo que no saben dónde se van a meter".Se alternan dentro de mi las preguntas sobre los retos que tienen por delante, con aquellas que se refieren a las prisas de los problemas que nos rodean; y siento pena porque me parecen demasiado ingenuas. Y me apetece preguntarles directamente. ¿Qué sienten? ¿Qué pasa con sus miedos? ¿Qué van a hacer cuando despierten a la realidad?

Absorta en mis preguntas, me levanta de mi sueño una Mirada: Mariana se ha fijado en mí. ¡Me siento descubierta! Avergonzada por mis preguntas, prisionera de mi discernimiento, siento la tentación de bajar la cabeza, yo que tanto deseaba que me mirara. Se abre un abismo bajo mis pies, porque me ha mirado justo en el peor momento… Sin darme cuenta mi rostro entero implora compasión y misericordia, porque ¡Estoy tan lejos!

Entonces siento cómo sus ojos me hablan: y me dice sobre el poder de la Trinidad, para quien nada hay imposible, y del ritmo de Dios, que siempre llega a tiempo. Y me dice que el tiempo pasa, y las preocupaciones, los problemas, las medidas y los miedos se desvanecen siempre; solo permanece el Amor, y el amor CONFÍA y espera sin límites; el Amor rotura caminos y abre puertas, infunde esperanza y despierta corazones, libera del mal y sana las heridas, hace feliz a la gente. Sobre todo hace felices a los pobres. El Amor siempre saca lo bueno, elogiando la vida; el Amor despierta paz y sonrisas. ¡Tanto me dice esta mirada! Está repleta de paz y ternura. Y, con visible regocijo, me hace un guiño de confidencia. Me siento acariciada por una asombrosa confianza.¿O sólo ha sido un sueño? Despierta, busco una señal. Se que la tengo dentro de mi: Una mirada. Y, sobre todo, sus efectos: me siento transformada.

Ahora me doy cuenta que si hubiera vivido entonces nada hubiera sido más fácil, ni más difícil. La vida de cada día está siempre pendiente de lo decisivo: Dejar que el espacio y el tiempo que nos ha tocado sea habitado por lo Sagrado. Dejar que El Eterno haga en nuestras vidas; dejar que La Trinidad nos introduzca en sus planes; dejar que El Amor viva entre nosotros. Si le dejamos abierto entrará, y se quedará. Quizás nos lance a nuevas aventuras y nos haga roturar terreno para avanzar por nuevos caminos. ¿Qué perdemos en el riesgo de dejarlo todo por Amor? Perdemos mediocridad. Ganamos eternidad. Esta es la segura señal de una mirada que transforma.
El Amor confía siempre y espera sin límites, y saca lo bueno haciendo feliz a la gente. Quizás ya lo sabía, pero encontrármelo de nuevo da anchura a lo apretado de la vida de este tiempo que me ha tocado vivir. Hay horizonte. (Felicia  Fernández.)