Este III Domingo de Adviento, en su alocución antes de rezar la oración del Ángelus, el Santo Padre invitó a los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro que, “la Virgen nos tome de la mano en estos días de preparación a la Navidad y nos ayude a reconocer en la pequeñez del Niño la grandeza de Dios que viene”.
Al comentar el Evangelio que la liturgia presenta este III Domingo de Adviento, el Santo Padre señaló que, el evangelista Mateo nos habla de Juan Bautista y de la crisis que atraviesa sobre la figura del Mesías, mientras estaba en la cárcel; por ello, manda a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». “De hecho, Juan, al oír hablar de las obras de Jesús, le asalta la duda de si realmente es Él el Mesías o no. Efectivamente, él pensaba en un Mesías severo que, al llegar, haría justica con poder castigando a los pecadores. Ahora, sin embargo, Jesús tiene palabras y gestos de compasión hacia todos, en el centro de su acción está la misericordia, por lo que «los ciegos ven y los cojos caminan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva»”. No encerrar a Dios en nuestros esquemas El Papa Francisco además indicó que, el Evangelio subraya que Juan se encuentra en la cárcel, y con ellos hace pensar no sólo al lugar físico, sino también a la situación interior que está viviendo: “en la cárcel hay la oscuridad, falta la posibilidad de ver claro y ver más allá”.
De hecho, El Bautista ya no logra reconocer en Jesús al Mesías esperado y, asaltado por la duda, envía a los discípulos a verificar. “Pero esto significa que también el creyente más grande atraviesa el túnel de la duda. Y no es un mal, es más, a veces es esencial para el crecimiento espiritual: nos ayuda a entender que Dios es siempre más grande de como lo imaginamos; las obras que realiza son sorprendentes respecto a nuestros cálculos; su acción es diferente, supera nuestras necesidades y nuestras expectativas; y por eso no debemos dejar nunca de buscarlo y de convertirnos a su verdadero rostro”. Y citando a Henri de Lubac, el Pontífice afirmó que, a Dios «es necesario redescubrirlo a etapas… a veces creyendo perderlo». Así hace El Bautista: ante la duda, le busca una vez más, le interroga, “discute” con Él y finalmente le descubre. “Juan, definido por Jesús el mayor entre los nacidos de mujer (cfr Mt 11,11), nos enseña a no encerrar a Dios en nuestros esquemas” Incapaces de reconocer la novedad del Señor En ese sentido, el Santo Padre indicó que también nosotros a veces podemos encontrarnos en la misma situación del Bautista, es decir, en una cárcel interior, incapaces de reconocer la novedad del Señor, que quizá tenemos prisionero de la presunción de saber ya mucho sobre Él.
“Quizá tenemos en la cabeza un Dios poderoso que hace lo que quiere, en vez del Dios de humilde mansedumbre, de la misericordia y del amor, que interviene siempre respetando nuestra libertad y nuestras elecciones. Quizá nos surge también a nosotros decirle: ‘¿Eres realmente Tú, tan humilde, el Dios que viene a salvarnos?’. Y puede sucedernos algo parecido también con los hermanos: tenemos nuestras ideas, nuestros prejuicios y ponemos a los demás -especialmente a quien sentimos diferente de nosotros– etiquetas rígidas”. “Existe siempre el peligro, la tentación: de hacernos un Dios a nuestra medida, un Dios para usarlo. Y Dios es otra cosa ...”
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano