
Mi cuerpo carga 17 horas de viaje en colectivo desde Montevideo hasta Villa María, la ciudad donde vivo. 17 monótonas horas. 17 horas que le ponen fin a una experiencia hermosa que pude hacer en el hogar que las Hermanas Trinitarias tienen en Uruguay. 17 horas de viaje que ansío repetir solo para encontrar a esos corazones otra vez. “Una casa de puertas siempre abiertas” me dijo una de ellas cuando la conocí y me invitó a merendar con su comunidad. La pobre no se imaginó que me lo tomaría tan literal, y en acabaría durmiendo en todas las casas de Argentina y Uruguay. Pero con ellas es así.
Una vez que las conocés ya está, las tenés en tu corazón, y ellas te hacen un lugarcito. Todo empezó en un retiro, un diálogo breve y directo, algunas dudas y muchas lágrimas. Le siguieron las visitas a la comunidad de Villa María: compartimos meriendas y aprendí a rezar vísperas. Después la invitación a conocer la casa de Núñez y participar en una renovación de votos. De ahí en más ya no fue necesario decir nada más. Ahora la que “primerea” soy yo cuando les pregunto si me pueden recibir en tal o cual fecha. Si algo las caracteriza es el don de hacerte sentir en casa, aunque sea por un fin de semana, atendiendo a cada detalle, y por sobre todo, permitiéndote ser comunidad con ellas.
Cada una con su toque personal y una sonrisa a cuestas, esas polleras azules se pasean por cada casa asegurándose que a ninguna niña le falte nada. Pero el cansancio nunca es tanto como para no dejar lugar a la oración y a los chistes antes de dormir. Ni 17 horas de viaje bastan para borrar de mis pupilas la imagen de las chicas y las hermanas cantando en la despedida que me organizaron por sorpresa antes de partir… “que nos volvamos a ver” repetía el estribillo. Fueron 15 días únicos de risas y algunos retos, pero sin lugar a dudas de mucha gracia de Dios.
La Madre Delegada y la Superiora me permitieron pasar mis vacaciones en la casa de Montevideo, haciendo de apoyo en las tareas que fuesen necesarias. Al sonar del despertador había que aprontarse para empezar la jornada, ocuparse del desayuno de las chicas, su medicación, y todo lo que el día propusiese. Las chicas me recibieron con un cariño que no me alcanzan las palabras para agradecer… tardes de risas mientras pintábamos, confidencias en el ómnibus al volver de la playa, y mil historias haciendo pulseritas de macramé. Pero el Padre es sabio y travieso, y siempre nos regalaba momentos de comunidad con las Hermanas para orar, reír y tener esas charlas que te hacen cosquillas en el alma. Y en la noche, del otro lado del teléfono, una voz en alguna de las casas de Buenos Aires pedía por mí para preguntarme “¿cuándo vas a venir por acá?”. A veces el cielo te regala más de lo que la sangre puede. A mí me pasó.
Ellas son tan fieles a su vocación y su espiritualidad que no solo tienen las puertas siempre abiertas en sus casas, sino también en sus corazones. Ojalá podamos compartir mucho más, y sean muchos más los laicos que encuentren las puertas abiertas para compartir con ustedes. Y ojalá la rutina no limite el compartir con las chicas que albergan, porque como bien dijo una de las chicas de Montevideo corrigiendo a una señora que le hablaba en el colectivo, no se trata de institutos o de orfanatos, ante todo son hogares, las chicas lo sienten así, y ojalá eso no acabe nunca.
Que la Santísima Trinidad las siga bendiciendo con vocaciones, y derramando sobre cada corazón los dones que las hagan perseverar en su opción y en la calidez que irradian. La misma calidez con que María fue sagrario de la Trinidad.
EXPERIENCIA DE GIMENA LOZA (JOVEN DE VILLA MARÍA) CÓRDOBA – ARGENTINA COMPARTIÓ LOS DÍAS EN EL HOGAR DE MONTEVIDEO DESDE EL 13-01-17 AL 28-01-17
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