Francisco Méndez

Padre Méndez, Fundador 

FRANCISCO DE ASÍS MÉNDEZ CASARIEGO

 

Declarado Venerable por el Papa Juan Pablo II el 2 de Abril de 1993

Francisco Méndez Casariego nace en Madrid el día 21 de junio de 1850 en el seno de una familia cristiana. Su padre era Pintor de cámara y académico de Bellas Artes de san Fernando. De niño destaca por su fina sensibilidad y su apertura a los demás, por sus cualidades prácticas, habilidad manual y gusto por la mecánica; pero lo más sorprendente era su profunda vivencia religiosa y su emotividad con los más pobres.

Le gustaba pasarse por la Iglesia después de clase, y lo mismo cambiaba sus zapatos nuevos por los viejos de un niño mendigo, que guardaba su merienda para dársela a niños que conocía de la calle. Su familia dedicó gran empeño a su educación, tanto humana y espiritual como académica.

Tuvo inquietudes misioneras muy pronto, y perteneció a un grupo de jóvenes cristianos que se llamaban congregantes marianos. Sus padres soñaban con un futuro brillante para su hijo, así como para sus dos hermanas, Soledad, que más adelante será religiosa, y Carmen, a quien llamaban "Merceditas y que murió muy pronto.

   

 

Pero Dios cambia el rumbo de su vida: A los 18 años abandona la carrera prometedora de ingeniero para seguir las huellas del Maestro:

                   "De la misma manera que hasta el día 30 de septiembre de 1868 no pensé en ser sacerdote sino ingeniero, y en aquel día, de repente, al ver que un amigo mío que quería ser sacerdote se acobardó y me dijo que ya no lo iba a ser, sino que estudiaría para médico, sin saber por qué, sentí en mi corazón una voz y una decisión especial. Y dejando las matemáticas, la física, la mecánica y los otros estudios, empecé la carrera sacerdotal"(Fco. Méndez, apuntes en los Ejercicios Espirituales) 

Después de ser ordenado sacerdote, fue nombrado coadjutor, y luego párroco de la iglesia de la Encarnación, entonces parroquia de la corete. Pero no se queda en el mundo de la nobleza y el poder, sino que llega al bajo mundo de los pobres y humillados, en los suburbios y callejas de Madrid. Más adelante será nombrado canónigo. Compaginará sus obligaciones en el primer templo diocesano con su ministerio pastoral entre los más abatidos y necesitados. "Dios se fijó en él; vio su compasión, su ternura con los más pequeños, sus desvelos porque conozcan la misericordia y el amor del Padre.

Cura párroco, en un puesto parroquial codiciado por muchos, sus padres sufrían por la entrega incondicional de su hijo, y a veces intentaban disuadirlo para que moderara su dedicación, pues siempre que surgía una necesidad él corría a atenderla y remediarla sin importarle su salud.

Acudían a él con mucha frecuencia toda clase de gentes. Él se daba a los últimos tanto en su ámbito pastoral como en sus salidas constantes por la periferia de su parroquia, a la calle, a los hospitales y cárceles. Su ministerio y vida sacerdotal estaban marcados por una constante pasión: Pasión por Dios y pasión por los últimos, los más pequeños y pobres.

   

Dios le mostró su rostro en las jóvenes humilladas y en los “golfillos” que pululaban por las calles de Madrid, saliéndoles al encuentro como el Buen pastor para mostrarles el Evangelio del Reino de Dios. Acudía a los hospitales, a las cárceles, se paraba a hablar con ellos y ellas en la misma calle e incluso los atendía en el confesionario: La condición indigna en la que eran tratadas aquellas jóvenes y aquellos chicos le quemaba las entrañas con el mismo fuego que Cristo había venido a traer a la tierra.

DIOS LE MANIFESTÓ SU PLAN

Francisco Méndez oraba sobre la vida de Cristo y ante Él estaba cuando el Señor le manifestó su voluntad. El padre Méndez nos recuerda repetidas veces que fue en la Iglesia de la Encarnación de Madrid, postrado a los pies de Jesucristo crucificado, contemplando el misterio del amor de Dios, meditando sobre la obra de la redención, cuando el espíritu comenzó en él el anuncio de la Buena Nueva, y él se decidió a seguir y entregar su vida al Reino de Dios.

Fue allí, “a solas con Dios”, contemplando un amor tan grande derramado en Cristo, hasta entregarse por nosotros, cuando él se decidió a entregarse a Él por todos los demás, especialmente por los más necesitados. Experimentó el gran amor que Dios derramaba en su corazón y no podía sino ofrecerse por entero a Él, ponerse en sus manos, y repetirle, como Iñigo de Loyola: ¿Qué quieres que yo haga?  Él mismo lo cuenta, en repetidas ocasiones, pues ese momento iba a marcar profundamente su vida:

    “Fue durante los ejercicios espirituales de 1876, dos años después de mi ordenación sacerdotal. Oraba a los pies de Cristo crucificado, meditaba su Reino… Dios me inspiró formar una pequeña comunidad religiosa para acoger a las jóvenes que se quedan fuera del Reino por no tener quién las orientara, acogiera y consolara cuando más lo necesitan” (Fco. Méndez, Cartas Familiares 63 y 69)
 

 

Francisco Méndez, es aquel hombre que encontró un tesoro escondido en un campo, “la perla preciosa” y lleno de alegría fue a vender todo y compró el campo con el tesoro, aquella perla (MT13,44) para ofrecerla a los más pobres en dinero y en salud, en proyectos de vida y recursos humanos y espirituales, en cultura y en conocimiento del Evangelio.

Su gran tesoro es el Reino de Dios. Por él lo deja todo, de Él nunca se desprende porque en él se había abandonado para siempre. El Reino le apasiona, por él desgasta día a día su vida: no tiene otros tesoros y en el Reino de Dios está su corazón.

Porque el Reino de Dios es el proyecto del Padre realizado por su Hijo Jesucristo bajo la acción del Espíritu Santo.Y el padre Méndez no tiene más pasión que la de Jesucristo y su Reino:

EL CELO DE TU CASA ME DEBORA

El señor, Méndez, a quien enseguida empezaron a llamar popularmente “padre Méndez”, con misericordia entrañable fundó el Instituto de vida religiosa de las Hermanas Trinitarias para que atendieran a las jóvenes que no encontraban una puerta abierta cuando querían huir del vicio y del mal, ni unos brazos que acogieran a quienes, lejos de Dios y de sí mismas, anhelaban volver a la Casa del Padre.

Le dolía el drama de los que sufren injustamente. Por eso decide construir y ofrercer hogares que tuvieran la puerta siempre abierta, a cualquier hora del día y de la noche, donde no sólo se pudiera dar cama, pan y consuelo, sino además celebrar una fiesta por el regreso a la Casa del Padre.

Busca a su prójimo por las calles y caminos, plazas y estaciones, cárceles y hospitales, para mostrarle el rostro del padre que tiene entrañas de amor u misericordia.

Sale de noche con lluvia o nieve a buscar a sus “golfillos” que se cobijaban bajo un banco, envueltos en periódicos, los arropa bajo su manteo, hasta llevarlos a una casa que sea para ellos su casa familiar.

Encuentra su felicidad cuando el que se ha marchado vuelve a casa y él le insiste: “Es tu casa, esto es tuyo, y yo estoy contento porque has vuelto…”

Sale en busca del que se ha perdido o escapado del rebaño. Tiene tanta paciencia que hasta dieciséis veces vuelve a salir en busca de uno de ellos.
Le apasiona el reino de Dios y desgasta su vida construyéndolo, porque:

    Ha conocido a Dios Padre, ha puesto su amor en su Hijo, Jesucristo, y se ha dejado conducir por el Espíritu Santo de amor, fuego que abrasa y anima su vida.

    “Si alguna vez os vais de ésta, vuestra casa, y llegáis a estar en algún peligro, salid de él, corred y venid. Recordad que, como el hijo pródigo tenía un padre que a la ventana lo estaba esperando, así vosotros tenéis un padre que siempre está dispuesto a ayudaros y que siempre tenéis un pedazo de pan que comer y un lecho humilde para descansar, libres de pecado y con la paz del alma” (Padre Méndez, Carta a las colegialas)

 

SEGUIDOR RADICAL DE JESÚS DE NAZAREZ

Sigue a Cristo, su Maestro. Cristo va delante de él en el camino, marca sus pasos. El padre Méndez sigue sus huellas, hace lo que su Maestro: se pasa largas horas a solas con el Padre, no tiene nada propio, todo lo espera de El, todo lo que emprende lo pone en sus manos, y sale por los caminos a desvelar el amor de Dios. Su felicidad radica en «hacer en todo su voluntad".

El Espíritu del Señor le unge, habita en él y mueve su vida, por eso nada teme, porque Dios está con él.

 

BAJO LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Quiso dar a toda su vida y su obra el acento de una espiritualidad, profundamente cristiana, la que nace de la misma Santísima Trinidad: porque toda vida cristiana nace del bautismo en el nombre de la Santísima Trinidad, porque toda obra apostólica se realiza dentro del misterio trinitario y porque también en la historia de la Iglesia se ha invocado siempre a la Santísima Trinidad para toda obra de liberación, de redención y salvación, y de un modo formal y doblemente explícito, desde San Juan de Mata y su gran fraternidad de consagrados trinitarios.

El rezo de la oración de alabanza a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que él ofreció a las Hermanas, va unido a la entrega de la propia vida, con actitud vicaria como la de Jesucristo, para la liberación de los que están cautivos y esclavos, atados por cualquier tipo de cadenas, en primer lugar la cadena del egoísmo que esclaviza primero al corazón y desde él luego puede esclavizarse todo y a los demás. Por eso, para romper el egoísmo del pecado y de todas las esclavitudes y opresiones individuales y sociales que de él se originan, el padre Méndez puso el espíritu del Instituto, a través del Espíritu, en el mismo misterio de amor y redención de Dios, uno y trino.

Precisamente en las primeras Constituciones que escribió para el Instituto, aprobadas por la Santa Sede en 1901, establece un «cuarto voto", llamado de «celo por la salvación de las almas». Este implicaba, dentro del misterio de amor de la Santísima Trinidad, que las Hermanas consideraran a las jóvenes con el mismo cariño de una madre con sus hijas, yendo a buscarlas a donde estuviesen.

Para la vida cristiana y religiosa y para el trabajo apostólico, el padre Méndez proponía dos amores: el amor a la Eucaristía y el amor a la Virgen María, bajo la advocación de Madre del Buen Consejo.
 

PATRONA DEL INSTITUTO

Desde el inicio de la Fundación se escogió a María como Patrona del Instituto de Hermanas Trinitarias, bajo la advocación de “Madre del Buen Consejo”. Una de las razones está en la misma devoción de nuestro Fundador a esta advocación de María, pues ya desde los catorce años, el joven Francisco Méndez pertenece a la Congregación Mariana de los Luises, cuya patrona es María, Madre del Buen Consejo.

 El joven Francisco, a los veinte años, como presidente de la Congregación Mariana en cuyo cargo permanece hasta su ordenación sacerdotal en septiembre de 1874, dirige un discurso a los demás congregantes. En él se destaca su profunda espiritualidad mariana, exhortando a los demás jóvenes a vivir con radicalidad los valores propios de un cristiano “hijo de María”.

 “Si obligación tiene todo joven de observar los mandamientos, si cualesquiera que sea su estado debe ser ejemplo a los demás, indudablemente que, el que se titula hijo de María, bajo el título del Buen Consejo, debe observar los consejos dados por Jesús durante su vida, siendo así, un doble testimonio a Dios y a los hombres de que todavía arde la caridad en los pechos de los que empezamos a correr las sendas de la vida”... (Francisco Méndez, 1870).

 Cuando el 2 de Febrero de 1885 se decide poner a María Madre del Buen Consejo como patrona del Instituto, indudablemente se piensa además en el don de Consejo que toda Trinitaria ha de recibir para llevar adelante su Misión con la Juventud necesitada. Es así como lo interpreta Madre Mariana, cuando, en una carta de Pascua, escribe a sus hijas invitándolas a resucitar con Cristo y a pedir a la Madre del Buen Consejo este DON: “Resucitemos con Cristo todas, y pidamos a la Virgen del Buen Consejo, nuestra patrona, nos conceda este DON tan precioso y necesario para nuestra misión”. (Madre Mariana, 1919).


 

La desmesura de amor del padre Méndez le llevó, desde 1915, a iniciar una obra de redención, esta vez en favor de los niños abandonados y explotados de la ciudad,los llamados cariñosamente "golfillos", eran chavales que merodeaban en busca de un trozo de pan, de un refugio seguro; en definitiva de una oportunidad.

Para ellos abrió un Hogar en Madrid, que llamó con razón, "PORTA COELI", otra puerta que debía estar siempre abierta como puerta del Cielo. Al igual que con las chicas, se procuraba el cariño y ambiente distendido, propio de una verdadera familia. nada escatimaron para formar hombres virtuosos, instruidos, sacando de ellos todas las cualidades que encerraban.

Además de la cultura general, los chicos aprendian en los talleres un oficio según su gusto y aptitud: carpintería, imprenta, orfebrería, cerrajería, sastrería y zapatería. También recibian catequesis y la adecudad formación espiritual, pues querian prepararlos integramente para el futuro.

"EL ALMA NECESITA LUZ PARA SU INTELIGENCIA, FORTALEZA PARA SU VOLUNTAD, CONSUELO PARA SU CORAZÓN, ESTO SÓLO LO ENCONTRAMOS EN JESUCRISTO"

La madrugada del martes 1 de Abril de 1924, ya primavera legal, era, sin embargo, de auténtico invierno en Madrid.A las cuatro habían llamado a la Casa Madre desde Porta Coeli por teléfono: “El Padre se está muriendo”.

La Madre Mariana y las Consejeras se echaron las capas como mantones por encima del hábito y callejearon los veinte minutos, desde Marqués de Urquijo hasta García de Paredes, como una exhalación, entre la lluvia y la nieve, mezclada con granizo, del frío que hizo todo aquel día.

Subió al primer piso. Cuando entró en la habitación de aquel Hogar bautizado por él mismo “Puerta del Cielo”, oyó respirar a don Francisco trabajosamente pero sosegadamente.
Madre Mariana sabía el padre Méndez vivía pobremente. Pero no tanto.Al abrir la puerta de madera lisa, con una pequeña celosía alta en ella, tenía a la izquierda un baúl para la ropa, entre la que escondía los cilicios y disciplinas. En un sencillo armario de madera colgaba el abrigo de por casa, un balandrán o guardapolvos, la teja, el bonete, la esclavina y un bastón. Todo un ajuar evangélico.

Adosado a la pared, un cajón le servía de mesa. Sobre él caía, colgando del cable, una simple bombilla para toda la estancia. Una silla. Cuatro estantes de madera, con algunos libros, el Breviario, el Rosario, papeles y correspondencia. Entre las dos paredes más largas, una gran ventana. Casi debajo de ella, en el rincón con la otra pared, unas tablas por somier sobre dos soportes de hierro, y un jergón lleno de periódicos viejos por colchón.

Otro cajón, de mesilla, junto a esa especie de cama. Encima de él, un bote en el que, con papel de periódico, se sujetaba a un cabo de vela para las restricciones de luz. En el mismo rincón y a la cabecera, en el palo que dejaba la ventana, a un brazo sobre el lecho: la cruz, en la que su padre había pintado al Señor crucificado. Y formando ángulo, un cuadro de la Virgen. Debajo una pililla de agua bendita, para comenzar y terminar el día.

Cuando Mariana avanzó hacia la cabecera, después de haberse cruzado entre ellos la mayor comunicación que pudiera caber en su mirada, notó el frío de la ventana. Se dio cuenta de que, detrás de las hojas de la contraventana, él había puesto cartones en alguno de los cuarterones, donde no había quedado cristal.

Si don Francisco no había llamado al vidriero, ni la había reparado en su vida, con tanta maña como tenía, no era hora de que Pablo, el maestro carpintero, se pusiera a arreglar la ventana.

Ella y las Hermanas se decidieron a respetar y pasar el mismo frío y su agonía, con él, turnándose para no consumir el oxígeno de la habitación. Porque, además, todas a la vez no cabían.

Le habían añadido unas mantas a la que él usaba y a una tela colchonera encima, rayada de arriba abajo, que le servía de sobrecubierta.

Durante todo el mes de Febrero anterior, con 73 años bien cumplidos-la mismísima edad a la que había muerto su padre-don Francisco estuvo saliendo de día y de noche a Cuatro Caminos y, desde allí, por los arrabales de la ciudad a buscar golfos que dormían apiñados en portales, cuevas y chabolas de los suburbios o en edificios hundidos en espera de reconstrucción. Y el invierno era, desgraciadamente, el mejor tiempo para ir a buscar golfillos por las calles e invitarlos a vivir en una casa nueva preparada para ellos. “Su casa, si querían”.

En otras nevadas del mes siguiente de Marzo, también bajo cero, volvió a salir de noche a buscar otros golfillos. En una de esas salidas vio a un matrimonio con dos hijos junto a la fachada de Porta Coeli, pues los habían echado del piso por no pagar alquiler. Los hizo entrar, les dio de cenar y acogió a los chicos.

Comenzó a tener por entonces fuerte hemorragias nasales que tuvieron que taponarle. Y andaba todavía más encorvado que en sus últimos años, casi agachado sobre su bastón o alguna vez, para trechos más largos, apoyado en el brazo de Valentín, el hijo de Pablo el carpintero.

Las Hermanas de Porta Coeli quisieron frenarlo una mañana de aquel Marzo, cuando salía en esas condiciones. No pudieron. Alegó que no podía dejar un asunto importante. Al volver, después de unas horas, todo mojado y aterido de frío, no dijo de dónde venía. La intuición femenina, sin embargo, les hizo adivinar que había ido a las cuevas. A llevar comida a unas pobres gentes que se habían refugiado en el cinturón de miseria, que siempre parece que tenga que rodear la gran ciudad.

A finales de Marzo cada paso le pesaba un quintal. Pero todavía el 30, Domingo cuarto de Cuaresma, fue a la Catedral, como si fuera su despedida litúrgica.
Y a la “casa Madre”: "Hijas mías, esto se acaba”, sonrió a un grupo de hermanas, como si fuera su despedida apostólica.

Empezó con un catarro, pero era una bronconeumonía. Las hemorragias nasales también lo habían debilitado mucho, dejándolo exangüe.

El lunes 31 ya no se levantó en todo el día. El médico, que le asistió durante sus últimos tres días y en las últimas horas, atestigua que no le vio impaciencia alguna. “Tengo muchos dolores, pero sufro por ustedes”, dijo con toda sencillez a una hermana.

Él mismo, consciente de cómo estaba, pidió a esas horas de la noche, pero ya 1 de Abril, el sacramento de la Unción de los enfermos y el Viático. Las hermanas despertaron a los golfillos. Eran las dos de una madrugada infinita.

Al verlos, arracimados en la puerta, quiso despedirse: “Hijos míos, Dios me llama y estoy dispuesto para partir con amor. Se acaba mi misión en la tierra.Sólo os pido que seáis buenos, obedientes y respetuosos con las Hermanas que hacen de madres para con vosotros. Sed aplicados y dóciles a vuestros maestros para que lleguéis a ser hombres honrados y útiles a la sociedad.

Poneos de rodillas, hijos míos, por quienes doy mi vida, que voy a daros mi bendición a vosotros y a todos los que me acompañáis. Y ya no pudo incorporarse. Pero dio la bendición a los chicos, a las Hermanas y al personal de la casa.

Cada hora parecía un siglo. Por los cristales, que aún había dejado en el marco de la ventana para no gastar electricidad, quería entrar la primera luz del alba, que permaneció gris y turbia todo el día, como las nubes oscuras que no dejaron de amenazar con aguanieve la capital.

A las nueve, la Madre Mariana hizo que desde Marqués de Urquijo telefonearan a todas las casas para comunicar que el Padre estaba gravísimo. Que expusieran el Santísimo Sacramento y rezaran al Señor por él.

Fueron llegando por turnos las Trinitarias desde Marqués de Urquijo a “Porta Coeli” para despedirse del padre Fundador. Fue reconociendo una a una, a todas las Hermanas, con la misma paciencia y, entre la fatiga, las animaba a que observaran siempre las Constituciones y los consejos que les había dado. Al final, ya sólo sonreía para saludar y acoger.

Como vio llorar a alguna, con una voz cada vez más queda, susurró: “Digan a las hermanas de todas las casas que de todas y cada una me acuerdo y que muero bendiciéndolas a todas”. Junto a la cama de don Francisco estaba, de pie, Mariana. Con ella otras cinco hermanas Trinitarias.

También Valentín Almendros, el joven discípulo fiel de don Francisco, con su padre Pablo el carpintero. Se apiñaron todos, alrededor, en los últimos instantes.
Pablo, el maestro carpintero de Porta Coeli, se echó a llorar. Y don Francisco, al verlo, bromeó: “Tan valiente que eras, que mataste tantos moros en la guerra, y ahora ¿lloras?”. Pidió que le llevasen un golfillo, se lo acercaron y le dio la bendición, a él, para todos los demás.

Mirando a la Madre Mariana y a sus Hijas las Trinitarias les dijo sus últimas palabras:

“Hijas mías, no pidáis nunca nada sino cumplir en todo la voluntad de Dios. Si alguien os ofende, perdonadle sin demora”.

Poco después, con una voz casi imperceptible, espirando: “Ya no puedo hablar”.

Enseguida se quedó mirando al infinito con paz y serenidad, expresando satisfacción en el rostro. Al final, se le fueron cerrando los párpados y, expirando, entregó el espíritu.

ERAN LAS TRECE CUARENTA Y CINCO. DE CRUZ Y GLORIA EN LA "PUERTA DEL CIELO"

 

 

 



 

Francisco Méndez, cartas y pensamientos

La Trinitaria por buscar y ayudar a las jóvenes deja su propia familia, abandona su casa y emprende largo viaje a tierras desconocidas. ¿Qué la lleva a dar este paso, sino el amor a Dios?

Pues entonces ¿por qué no ha de decir no una sino muchas veces la Trinitaria ¡Dios mío yo te amo! Y te amo más que a todas las cosas, más que a todos mis bienes, más que a mi familia, más que a mi misma?

Amemos pues... más

Querida Hija: En ti pensaba y por ti daba gracias al Señor que lleno de misericordia no solo te quiso llamar, escogiéndote entre millares, sino que por una providencia especial te ha conservado en tu vocación.

Que desde hoy, posesionada y convencida de tu dicha, te dediques a vivir para Dios y dar gloria a la Trinidad Beatísima, que trabajes con valor, celo, diligencia y ardor para salvar a las jóvenes que el Padre creó, para buscar a las que el Hijo redimió,... más

Hijitas mías, levantad vuestros ojos al cielo y mirad a Dios que en su inmensa grandeza os ha elegido para una misión tan grande y si al ver aquella grandeza os asustáis no hagáis caso del miedo, que es del demonio que os quiere acobardar; no, no temáis, mirad la grandeza de Dios y al ver vuestra pequeñez, arrojaos confiadamente en su intensidad y tened certeza que así como si un día estando en el campo viendo a vuestros pies un hormiguero vierais que una hormiguita os hablaba y os pedía que la ayudaseis... más

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