Humildad

Amadísimas hijas: Siempre que llega el aniversario de un hecho, de un recuerdo, de un acontecimiento, parece que nos trasladamos con el pensamiento al lugar donde acaeció y hasta recordamos insignificantes detalles o circunstancias. Pues, hijas mías, inolvidables son para mí estos días, en que se dio principio a la fundación que tanto anhelé y que tantas dificultades hubieron de vencerse para llevarla a cabo.
 Llegó la hora venturosa en que viéramos la estrella, no como los Santos Reyes la vieron, pero sí de un modo extraordinario y aquello que parecía una ilusión llegó a ser una realidad. El arbolito que el Señor plantó, creció, se extendió, sus ramas sostuvieron muchas palomas perseguidas por el cazador o sea por los mundanales halagos. A la par de esto, los frutos, no fueron lo que debieron ser, se injertaron ciertos insectos de imperfección que es necesario extirpar.
 Buscar todas a una, la virtud de la humildad, y así como el que hace un descubrimiento, se encanta y se recrea, así también, nosotras, al llegar a descubrir la manera de ser humildes, llenémonos de gozo y enseñemos a otras el medio de conseguir tan preciosa virtud, teniendo delante el ejemplo de la Santísima Virgen presentándose en el templo con el Divino Infante en sus brazos. ¡Qué consuelo experimentaron los espectadores de la tierra!… ¡Qué gozo el de los ángeles del cielo al contemplar aquel misterio! 


Madrid, 2 de Febrero de 1920