Miércoles de ceniza

Comenzamos hoy la Cuaresma, camino hacia la Pascua, al encuentro con el Señor Resucitado que pasa cada día por tu vida, para encontrarse contigo.

La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros . La Palabra que escuchamos hoy en la Eucaristía nos invita a no echar en saco roto la gracia de Dios, a escuchar la voz del Señor y no dejar que se endurezca el corazón

 El Salmo 50 nos indica el itinerario espiritual que estamos llamados a vivir en la Cuaresma. Misericordia, Dios mío, por tu bondad…, borra mi culpa…, limpia mi pecado. Es una llamada a la conversión. Una llamada a no instalarse en el pecado, al gran pecado que es creer que tú eres dios. No, tú no eres el creador, sino la criatura; tú no eres el señor, sino el siervo; tú no eres el maestro, sino el discípulo… Por ello, ¡entrégale tus pecados al Señor! No los justifiques, ni los escondas: dáselos al Señor, que no deja de amarte nunca. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme…, no me quites tu santo espíritu. Pero al mismo tiempo que le entregas tus pecados, has de acoger el don del Espíritu que irá renovando tu corazón, tu matrimonio, tu sacerdocio, tu consagración religiosa… ¡Hará nueva tu vida! Pero, ¡déjale hacer a Él! Como Él quiera y al ritmo que Él quiera.

Tres armas preciosas nos muestra el Evangelio que son, según el Papa Francisco las condiciones y la expresión de nuestra conversión.

La oración: en el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura. La limosna: La caridad es “don” que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. El Ayuno, que para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Y este itinerario culminará cuando en la noche de Pascua cantemos el Aleluya.