"Al amanecer, el primer día de la semana". Así comienza el capítulo 20 del Evangelio de Juan que nos relata cómo las mujeres iban al sepulcro de Jesús, pero al llegar allí, un acontecimiento transcendental para nuestra fe había acontecido. El cuerpo muerto de Jesús ya no estaba en el sepulcro, lo que había anunciado y prometido se ha cumplido: ¡Ha resucitado! La muerte ha sido vencida, ya no hay que buscar entre los muertos al que es la Vida.
La resurrección del Señor es el acontecimiento central y el que da sentido a nuestra fe como cristianos. La luz ha vencido a las tinieblas. El amor ha vencido al odio.
Aquél que en la noche del jueves santo se entregaba en el pan y en el vino por amor y pedía a sus discípulos que se amaran unos a otros como él les había amado, para que todos los reconocieran como discípulos suyos, ha vencido al poder de la muerte. Quién fue entregado y traicionado por los suyos, ha ofrecido el perdón y la misericordia que redimen y liberan de la esclavitud del pecado.
Con su resurrección se renuevan nuestras esperanzas, las promesas se han cumplido y el amor, la vida y la esperanza son ya una realidad. La resurrección del Señor es una novedad absoluta que renueva plenamente la vida de todos los hombres y mujeres. El triunfo pascual que describe el evangelista Juan va más allá de un sepulcro vacío, de unos lienzos y un sudario, porque con el triunfo pascual nuestra propia vida adquiere un sentido nuevo y queda unida siempre, por el Bautismo, a la de Cristo.