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Nuestra presencia en las cárceles es humilde y sencilla, y quiere ser sobre todo un signo de la infinita misericordia del Dios de la Libertad y de la Vida que nunca abandona a quienes más lo necesitan. Colaboramos en la Pastoral Penitenciaria con los padres trinitarios y las diócesis.
Los principales medios son la visita a nuestros hermanos y hermanas privadas de libertad, la atención en necesidades básicas y contacto con sus familias, y la acogida en nuestra casa y acompañamiento cuando salen de permiso, en libertad condicional o definitivamente, ayudando en su reinsercción.
Los programas de prevención también son importantes, llevándose a cabo a través de la acogida a la juventud necesitada y los diferentes proyectos que tratan de promocionar a la juventud necesitada, y trabajar por una educación en valores.
Nuestra Misión en la cárcel la impulsaron los fundadores para llevar a cabo el carisma redentor que habían recibido del Espíritu. En aquellos tiempos provocaba escándalo el que unas mujeres sin más armas que el Evangelio de Jesús, la confianza en la rehabilitación de cualquier ser humano y el amor incondicional por los más necesitados, acudieran a lugares que eran considerados de perdición. La defensa de los derechos humanos, en una sociedad en la que se tachaba de irrecuperable cualquier conducta públicamente inmoral, sólo podía proceder de la pasión de Dios infundida en los corazones de los que le siguen sin reservas.
"Venid, benditos de mi Padre, porque estuve preso y me visitasteis" (Mt 25).
Estas palabras de Jesús calaron hondo en el corazón de Francisco y de Mariana y, después de sentirlas ellos como imperativo de la Misión que el mismo Dios les confiaba, nos las dejaron como rico patrimonio a todas las trinitarias que reciban el mismo carisma liberador.