Todo empezó en Madrid, donde muchos artistas han ido dejando su huella visible a lo largo del tiempo. Pintores, músicos, escultores, escritores... cada cual en su arte, insinúan un Paraíso encerrado en el alma de Madrid. Parte de este arte se manifiesta en hermosos monumentos, muchos de los cuales son grandes puertas: majestuosas, impresionantes... imponentes. Puertas que se levantan con diversos fines, pero sobre todo quieren dejar una huella de gloria y esplendor. Un elocuente ejemplo es la célebre Puerta de Alcalá.
Pero hubo otros artistas que trabajaron sin hacer ruido por una gloria diferente. Son constructores de otra Puerta: invisible para muchos; fuerte, ancha y segura para otros tantos que entraron por ella. No se impone, pero ha querido estar siempre accesible. Una Puerta que engalana en silencio la vida de muchas personas que han pasado por Madrid en el último siglo, y encontraron su cielo al entrar por esta puerta diferente.
Sus constructores, no eran arquitectos, aunque se atrevieron a construir. No eran pintores pero dieron color a la vida de muchas personas; no eran escultores, aunque se empeñaron en tallar piedras preciosas invisibles para muchos. No estaban en el gremio de escritores de la época pero dejaron palabras imborrables en corazones olvidados: “no importa lo que has sido, sino lo que puedes llegar a ser”, era una de las muchas bellas y buenas cosas que escuchaban quienes entraban por esta puerta.
Son artistas polifacéticos que obran en silencio en un Madrid escondido a la historia ilustrada. El padre Méndez Fundador, y Madre Mariana, Fundadores de las Hermanas trinitarias, y muchas que les siguieron, son de esos artistas divinos, que pasaron por Madrid, y dejaron su arte donde sólo el Amor puede verlo. Son artistas de almas que supieron sacar a la luz lo mejor de cada joven.
A finales del siglo XIX diseñan una “puerta siempre abierta” para que puedan acceder al Madrid glorioso almas ajenas a la célebre historia. Es en 1885 cuando las Hermanas Trinitarias abren una puerta para las jóvenes necesitadas. Y a principio del siglo XX, en 1915, esa puerta confiesa públicamente su horizonte, y promete una vida de bendición a quienes entran por ella: Portacoeli: Puerta del Cielo.
Portacoeli es precisamente el primer nombre que el padre Méndez soñó para la fundación de las trinitarias, pues el modelo y referencia que tiene en su corazón es el cielo, Dios Trinidad, Dios Amor.
A lo largo de su historia, las Hermanas Trinitarias han estado atentas para leer y discernir las situaciones sociales, y cambiar estructuras que respondan a las nuevas realidades. Han hecho cambios necesarios en cada tiempo, a veces con miedo, y con prudencia, arriesgando con frecuencia, y confiando siempre.
Un buen número de jóvenes que han pasado por Madrid a lo largo del último siglo, vieron cómo su vida cambió al pasar por esta Puerta. Escucharon en sus corazones palabras de Vida, y sintieron en su alma el cincel que despertaba la semilla divina que llevaban dentro.
Hay quienes encontraron esta Puerta Abierta esperando en la estación de tren, preguntando a un desconocido, caminando sin saber a dónde ir, o llorando en una esquina. Otros fueron buscados y encontrados por la brújula del AMOR. A los rincones más recónditos llegó la buena noticia de una puerta diferente que se abría para ellos.
La misión trinitaria nos envía a acoger a la juventud, a confiar en sus posibilidades, a dar oportunidades, pero sobre todo nos pide ser “educadoras de humanidad” y convertir nuestras casas, comunidades y obras apostólicas en espacios de humanización. Pero los fundadores llamaban divino a la plenitud de lo humano, y cielo a una tierra donde hay casa y pan para todos, y donde se puede vivir feliz.
No sólo los fundadores. En el lenguaje común también usamos estas expresiones: “eres un cielo” ...“esto es divino”... “de Madrid, al cielo” reza el dicho popular... Usamos estas expresiones para indicar lo más bello, lo más bondadoso, lo más feliz. Este es el horizonte de la misión trinitaria. Reto que nos compromete especialmente a las Hermanas pero al que pueden sumarse cuantos sientan o quieran vivir la espiritualidad trinitaria. Muchas Hermanas, con su entrega generosa han sido constructoras de humanidad durante estos cien años. Pero junto a ellas, ha habido otras muchas personas colaboradoras, también seducidas por una humanidad más divina, por un cielo en la tierra.