Todo pasa

Carísimas hijas: Las escribo en mi camino hacia Palencia.

Voy admirando las extensas llanuras de Castilla, en una hermosa tarde, que ya va convirtiéndose en noche y he aquí que al contemplar las tierras cubiertas en su inmensa mayoría del rastrojo, y el ver los árboles cuyas amarillentas hojas van desprendiéndose poco a poco, y a los labradores que montados en sus yuntas con el arado levantado, van regresando a sus casas, me trae a la imaginación los agradables días de la primavera y del estío, en que pasé por este misma camino, entonces cubierto de verde y florecillas, entre las que descollaban las vistosas amapolas y me digo: ¿qué fue de aquel verdor? ¿Adónde fueron a parar aquellas bonitas flores? ¿Qué será de las hojas que ahora veo caer? ¿Porqué esos árboles están ya casi despojados de ellas? ¡Ah! aquel verdor, aquellas florecillas y aquellas espigas que blandamente se mecían y se inclinaban al soplo del aire, desaparecieron, y desaparecieron para no volver; aquellas hojas que entonces con su color verde esmeralda, nos daban idea de la vida y de la juventud, y que servían para atraer del aire el ácido carbónico, establecer la circulación de la savia y producir el crecimiento de las nuevas ramas, ya son inútiles, puesto que no habiendo de crecer nada durante el invierno, no necesitan de aquellos elementos y por inútiles se desprenden, y van a reducirse a polvo, pisadas por el hombre, si es que, antes Dios, en su providencia infinita, no hace que impulsadas por el viento vengan a reunirse en montón junto a alguna roca, o alguna tapia, y sirvan de lecho al pobre peregrino, que desamparado de todos y tal vez caminando transido de frío, no tiene donde albergarse y encuentre abrigo en aquel improvisado lecho.

¿Pero, qué digo del campo? El mismo coche en que voy, me hace recordar la muerte, pues de seguro que podrán contarse por cientos el número de las personas que en el mismo viajaron y que ya no existirán; y no obstante, el coche sigue yendo y viniendo, y unos suben y otros bajan en él, ¡qué idea más exacta de lo que el mundo es! ¿no es verdad que se parece el mundo al tren, en que estamos tan solo el tiempo del camino, y en que unos bajamos antes que otros? ¿No es el mundo lo mismo? ¿por ventura? ¿No viven unos muchos años y otros pocos? ¿No viajamos todos al mismo paso? ¿Qué más adelanta el que va leyendo que el que va durmiendo, el que va cantando, que el que va impaciente por llegar a su destino? ¿no llega al mismo tiempo el que va en tercera que el que va en primera, siquiera este vaya con todas las comodidades posibles y el otro sin ninguna?

¡Todo desaparece, hijas mías! Y nosotras también hemos de desaparecer.

¿Qué nos detiene hijas mías? ¿Por qué no somos santas, y por qué no caminamos por donde los santos caminaron? ¿Por qué muchas gentes, que en realidad son buenas, no miran esto y no hacen en vida el bien que pueden, y se contentan con dejarlo para después de su muerte, viniendo a servir tan solo para que se gaste su caudal en pleitos, y aunque lo gasten bien, se privan de la satisfacción de hacer ese bien por sí mismas y del premio especial que tiene el que en vida se desprende de algo por Dios?

¡Ay! Hijas mías, cuánto importa que desde este momento nos preparemos bien

Recibid el cariño que en Jesús y María os profesa vuestra madre:

Sor Mariana de la Santísima Trinidad

 Conf. Osorno 13 Octubre 1897